Un curioso ristorante
italiano con nombre de aquello que se obtiene al raspar cuchillos que
utilizaban para cortar sus deliciosas pizzas, en el barrio de Retiro al
que iba de tanto en tanto a cenar para acompañar a mi madre en la
típica cena dominguera, allá por el 2014, cuando regresé a Baires,
pudimos escuchar un respetable deep house groovero de la mano de una
dj que no necesitaba tocar en ese lugar, cuestión que he comprobado
mucho después.
Conversando con los
amables camareros y bartenders del lugar, me enteré de gran parte de
la historia de este peculiar ristorante, que me pareció mas
divertida que las conversaciones de mi madre.
Parece que este punto
gastronómico fue la cuna de oro de mucha música electrónica y no
tanto, allá por los 90's, donde pasaron djs pioneros con sus vinilos
como el tan prestigioso Carlos, hasta tenía un subsuelo donde se
armaban buenas festicholas. Era la parada previa de moda, obligada
para muchos clubbers, músicos, gays de vanguardia, diseñadores
gráficos, fotógrafos, cineastas, performers.
Pero he notado que como
todo lugar de moda que pasa a través de los años, se convirtió en
un restaurant lleno de nonos y nonas cuando yo lo conocí, en su mayoría público
familiero y algun que otro vejete sentado en la barra con un wiscacho
que le pedía siempre a los djs que tocaban alli: poneme uno de Frank
Sinatra.
Cuando fui a preguntar
por un track a el dj de barbita que estaba los dias de semana,
tropecé con un bizarro maniquí de una muñeca con peluca de corte
al estilo Uma Turman en Tiempos Violentos, con una tanga de hilo
dental que resultaba atractiva para todos los turistas varones que
se sacaban una foto junto a ese maniquí comprado en alguna tienda
mayorista del Once. Subí la escalera marinera que conducía a la
cabina cuando el dj me saludó y pude ver que con pena que el pobre mezclaba en un mixer
bastante sucio, al igual que todo ese pequeño recinto lleno de
polvo, y que las cajas y parlantes de sonido roto hacían que el
sonido emergente no fuera el mejor. En opinión de mi hermano
sonidista: estaban “desconados”.
El resto de los dias no
eran mucho mejores: si caía a comer un jueves cuando salia de algún
show del Luna, el dj residente perteneciente a la misma generación
que sus antepasados de gloria del lugar, ponía un playlist en una
vieja PC de aquella cabina con música vieja, tan vieja como los
septuagenarios clientes que concurrían allí, el house plagado de
vocales de negras peteras, se mezclaba con viejos hits de los 80 y
los 90. Y muchos camareros se quejaban que era el mismo playlist al
mejor estilo random que sonaba una y otra vez.
Uno de los dueños del
lugar, era famoso por sus comportamientos erráticos cuando sus años
no aguantaban los malos efectos del abuso de la famosa sustancia de
perdición, entre ellos se destacan haber tirado del mantel en una
larga mesa de comensales donde festejaban su cumpleaños, provocando
una estruendosa caída de vajilla digna de un mazo de naipes. Otra
curiosa anécdota cuenta que le clavó una mano llena de pulpa de
frutilla en la cola de una recepcionista que portaba shorts blancos y
la señorita le clavó un juicio penal cuando renunció, escandalete
que le costó una alta moneda al restaurant y al vejete italiano. Cuando este
señor estaba tranquilo y alegre se lo podía ver en la barra sentado
junto a un minino que acusaba 20 o 30 años menos de juventud.
En el 2015 seguí yendo a
comer riquísimas pizzas y pastas con mi santa madre y pude notar que
cambiaron los djs por un plantel particular: una gordita que de vez
en cuando tiraba algún tema de salsa con su laptop, una traviesa free
style empujando otra laptop, y algunos djs totalmente desconocidos
que daban sus primeros pasos chillouteros dignos de los compilados de
Ibiza.
Las celebraciones mas
importantes y exclusivas del lugar incluyen fiestas de Carnaval con
antifaces venecianos de cotillón de plástico brillante con los que
adornan a los empleados del lugar, algún que otro aniversario en el
que montan un bizarro varieté en el que pueden verse a viejos drug
queens como La Negra Cacho que a veces se pasea por el Club 69.
Los empleados también han rotado frecuentemente, dentro de un festival
de juicios laborales y sospechas de cajeras ladronas, bartenders
duros como el mostrador entre los que se destaca un ex-showman que
practicaba sus trucos de revolear cocteleras y botellas en el aire
sin morir en el intento.
Pero lo único que parece
que se ha mantenido inalterable en el lugar es el olor a naftalina
del tiempo, de la humedad de sus paredes que conservan su decoracion
noventera y el olor a cloaca al bajar las escaleras para ir a los
baños. La Bella Italia donde Berlusconi no se hubiera lucido en una
larga mesa acompañado de jovenes señoritas. Arrivederci ragazzas!
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