miércoles, 13 de julio de 2016

Gastronomía italiana y música ¿electrónica?


Un curioso ristorante italiano con nombre de aquello que se obtiene al raspar cuchillos que utilizaban para cortar sus deliciosas pizzas, en el barrio de Retiro al que iba de tanto en tanto a cenar para acompañar a mi madre en la típica cena dominguera, allá por el 2014, cuando regresé a Baires, pudimos escuchar un respetable deep house groovero de la mano de una dj que no necesitaba tocar en ese lugar, cuestión que he comprobado mucho después.
Conversando con los amables camareros y bartenders del lugar, me enteré de gran parte de la historia de este peculiar ristorante, que me pareció mas divertida que las conversaciones de mi madre.
Parece que este punto gastronómico fue la cuna de oro de mucha música electrónica y no tanto, allá por los 90's, donde pasaron djs pioneros con sus vinilos como el tan prestigioso Carlos, hasta tenía un subsuelo donde se armaban buenas festicholas. Era la parada previa de moda, obligada para muchos clubbers, músicos, gays de vanguardia, diseñadores gráficos, fotógrafos, cineastas, performers.
Pero he notado que como todo lugar de moda que pasa a través de los años, se convirtió en un restaurant lleno de nonos y nonas cuando yo lo conocí, en su mayoría público familiero y algun que otro vejete sentado en la barra con un wiscacho que le pedía siempre a los djs que tocaban alli: poneme uno de Frank Sinatra.
Cuando fui a preguntar por un track a el dj de barbita que estaba los dias de semana, tropecé con un bizarro maniquí de una muñeca con peluca de corte al estilo Uma Turman en Tiempos Violentos, con una tanga de hilo dental que resultaba atractiva para todos los turistas varones que se sacaban una foto junto a ese maniquí comprado en alguna tienda mayorista del Once. Subí la escalera marinera que conducía a la cabina cuando el dj me saludó y pude ver que con pena que el pobre mezclaba en un mixer bastante sucio, al igual que todo ese pequeño recinto lleno de polvo, y que las cajas y parlantes de sonido roto hacían que el sonido emergente no fuera el mejor. En opinión de mi hermano sonidista: estaban “desconados”.
El resto de los dias no eran mucho mejores: si caía a comer un jueves cuando salia de algún show del Luna, el dj residente perteneciente a la misma generación que sus antepasados de gloria del lugar, ponía un playlist en una vieja PC de aquella cabina con música vieja, tan vieja como los septuagenarios clientes que concurrían allí, el house plagado de vocales de negras peteras, se mezclaba con viejos hits de los 80 y los 90. Y muchos camareros se quejaban que era el mismo playlist al mejor estilo random que sonaba una y otra vez.
Uno de los dueños del lugar, era famoso por sus comportamientos erráticos cuando sus años no aguantaban los malos efectos del abuso de la famosa sustancia de perdición, entre ellos se destacan haber tirado del mantel en una larga mesa de comensales donde festejaban su cumpleaños, provocando una estruendosa caída de vajilla digna de un mazo de naipes. Otra curiosa anécdota cuenta que le clavó una mano llena de pulpa de frutilla en la cola de una recepcionista que portaba shorts blancos y la señorita le clavó un juicio penal cuando renunció, escandalete que le costó una alta moneda al restaurant y al vejete italiano. Cuando este señor estaba tranquilo y alegre se lo podía ver en la barra sentado junto a un minino que acusaba 20 o 30 años menos de juventud.
En el 2015 seguí yendo a comer riquísimas pizzas y pastas con mi santa madre y pude notar que cambiaron los djs por un plantel particular: una gordita que de vez en cuando tiraba algún tema de salsa con su laptop, una traviesa free style empujando otra laptop, y algunos djs totalmente desconocidos que daban sus primeros pasos chillouteros dignos de los compilados de Ibiza.
Las celebraciones mas importantes y exclusivas del lugar incluyen fiestas de Carnaval con antifaces venecianos de cotillón de plástico brillante con los que adornan a los empleados del lugar, algún que otro aniversario en el que montan un bizarro varieté en el que pueden verse a viejos drug queens como La Negra Cacho que a veces se pasea por el Club 69.
Los empleados también han rotado frecuentemente, dentro de un festival de juicios laborales y sospechas de cajeras ladronas, bartenders duros como el mostrador entre los que se destaca un ex-showman que practicaba sus trucos de revolear cocteleras y botellas en el aire sin morir en el intento.

Pero lo único que parece que se ha mantenido inalterable en el lugar es el olor a naftalina del tiempo, de la humedad de sus paredes que conservan su decoracion noventera y el olor a cloaca al bajar las escaleras para ir a los baños. La Bella Italia donde Berlusconi no se hubiera lucido en una larga mesa acompañado de jovenes señoritas. Arrivederci ragazzas!

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